Silvio salió exactamente a las 7 de la tarde, a la hora pactada. Esa puntualidad, tan rara en Cuba, fue el primer gesto de la noche. Vestía a lo Silvio: jeans, un pulóver azul oscuro con una pequeña bandera cubana bordada del lado izquierdo —ahí donde late el corazón— y una gorra negra con la palabra “Aprendiz”. Apareció con una de sus dos compañeras inseparables: la cámara de fotos (la guitarra ya lo esperaba en el escenario).
El público estalló. No lo recibió: lo nombró con ovaciones, aplausos y gritos que se multiplicaron en la escalinata de la Universidad de La Habana. Silvio saludó, dibujó una sonrisa cómplice con la mano, levantó la cámara y disparó una foto de esa marea humana que lo esperaba. Después, abrazó la guitarra y comenzó el viaje.